En Estados Unidos hay un total de tres millones y medio de cajeros de supermercados. Recientemente Amazon estrenó con éxito la nueva tienda inteligente sin línea de cajas. Allí un consumidor puede entrar escaneando su teléfono con una App integrada, para luego recoger los productos deseados, meterlos en una bolsa, y marcharse para casa saliendo por donde había entrado. Los sistemas tecnológicos de geolocalización del consumidor (a través de su teléfono) y de los sensores situados en los packs de los productos hacen todo lo demás: asignan los productos adquiridos al propietario de la cuenta de cliente de la App y le cargan el importe a pagar en su cuenta bancaria asociada a la cuenta de usuario. Tan fácil. Esta tecnología permitirá suprimir tres millones y medio de cajeros que trabajan en un supermercado.
Esta no es más que una de las grandes innovaciones de la cuarta revolución industrial en la que se estima que más de un 60% de profesiones desaparecerán. Entre ellos abogados, auditores, contables y conductores de autobús serán los principales afectados. Los docentes también peligran. Y, si lo analizamos, ya existe la tecnología suficiente para suprimir la gran mayoría de los puestos administrativos y de toma de decisiones de funcionarios públicos.
Pero la destrucción de empleo solo es uno de los grandes cambios que impulsará la cuarta revolución industrial: otro afectará a las personas que conservarán el trabajo. ¿En qué condiciones trabajarán? ¿Qué habilidades y talento tendrán que tener para no verse suprimidos por la Inteligencia artificial (IA) y el Machine Learning (ML)? ¿Cómo se regularán las tan variadas y flexibles formas de trabajar y colaborar entre personas y máquinas, entre personas y empresas, y entre máquinas y empresas?
La inteligencia artificial permitirá a las maquinas invertir los roles profesionales habituales, obligando a los seres humanos a transformar su forma de relacionarse con la tecnología: si antes las maquinas analizaban datos y ofrecían información para tomar decisiones, siendo los humanos quienes decían lo que tenían que hacer, ahora los algoritmos permiten a la IA tomar decisiones por sí misma, y traducirlas en ordenes operativas de trabajo.
La IA será quien dirá a los humanos que hacer. En parte esto ya está sucediendo cuando Amazon o Google nos proponen artículos de venta cruzada cuando ponemos un elemento en la cesta de la compra o cuando mostramos particular interés en leer una noticia. Las estrategias de compra y venta de acciones de los mercados financieros ya vienen dictadas por algoritmos.
Amazon además está desarrollando una nueva versión de Kindle capaz de leer las emociones del lector a través del reconocimiento de patrones de expresión facial mediante su cámara. Todo ello, asociados a la capacidad computacional de datos provenientes de otros sensores como las pulseras que muchos llevamos en la muñeca, permitirá que las maquinas desarrollen una mayor capacidad de inteligencia emocional respecto a muchas personas: podrán modular su forma de relacionarse con nosotros adaptándose a nuestros sentimientos, cosa que hoy en día resulta difícil a la gran mayoría de jefes y gerentes de empresas. Las máquinas nos superarán no solo en las tareas repetitivas y sistemáticas, sino también en las relacionales y emocionales, tal como demuestra Erika, el robot de compañía creado por el Dr. Ishiguro de la Universidad de Osaka, o Shelley la autora del MIT (Massachusetts Institute of Technology): un algoritmo capaz de crear cuentos de terror a partir de una interacción con seres humanos.
Es impensable e improductivo hoy en día que un docente imparta clases limitándose simplemente a explicar contenido informativo. Youtube y las aplicaciones de gamificación del aprendizaje son más atractivas, más entretenidas, y más eficaces. Muchas personas están logrando aprender inglés gracias a una App, tras años y años de intentos fallidos con métodos de enseñanza tradicional mediante docente. Mientras el gobierno francés se plantea prohibir los móviles en los colegios, los sistemas educativos más avanzados del planeta estudian como canalizar la enseñanza haciéndola pasar por el móvil. La cuarta revolución industrial está pidiendo que nos preparemos en materia de programas educativos, legislación laboral, social y leyes electorales desde una perspectiva integradora. ¿Están los gobiernos suficientemente sensibilizados al respecto? ¿Es adecuada la actitud mediante la cual algunos inician a legislar en materia?
A muchos nos alarma el problema de tener que convivir con máquinas y perder ese lugar privilegiado de seres más poderosos, y primeros en la cadena alimenticia del planeta. En efecto lo somos porque la IA es una creación nuestra. Pero ha llegado la hora de tomar consciencia del grave error que supondría “luchar” en contra de ella. En un mundo globalizado donde las empresas compiten prescindiendo de los límites políticos de los países y donde el ser humano ejerce sus derechos principales de elección como consumidor, escogiendo que comprar y que no comprar, renunciar a la innovación tecnológica puede abocar a una nación al fracaso y la bancarrota. La innovación es imparable. Así como lo fue la globalización.
La cuestión no está tanto en qué hacer con los trabajos, sino en qué hacer con las personas. La cuestión no está en cómo salvar al empleo y los puestos de trabajo, sino en estudiar conjuntamente soluciones para que las personas podamos vivir en un mundo en el que el trabajo dejará de tener un sentido vital para el ser humano. En efecto el concepto de trabajo como medio de realización humana es relativamente reciente, pudiéndose remontar a la primera revolución industrial y los orígenes del marxismo y del capitalismo.
Tendremos que estudiar cómo nuestra existencia pueda seguir teniendo un significado más allá del trabajar o no trabajar. Y la educación tendrá que enfocarse más bien en estos aspectos: preparar a las personas a encontrar su significado existencial en lugar de prepararles para un trabajo por el que no podrán competir con máquinas. Este es el gran desafío de los próximos veinte años. Va a ser difícil que logremos ayudar a las personas a encontrar ese significado, sin devolver a la existencia humana un sentido del propósito por el que valga la pena vivir.
Esto pone de manifiesto como la democracia y los sistemas de voto basados en la elección de representantes políticos, se han convertido en un circo obsoleto cuyos tiempos para llegar a acuerdos y legislar en materia son excesivamente largos y no pueden estar al paso de los avances tecnológicos, principalmente por la manifiesta incapacidad de los seres humanos de llegar a acuerdos capaces de conciliar e integrar intereses diversos. ¿Habrá llegado la hora de sustituir también a los políticos por algoritmos?