4 Pasos Para Lograr Resultados: Los Objetivos Marcan El Inicio, Los Resultados, El Final

Una de las mayores falacias del ser humano cuando se plantea un objetivo a lograr es caer en el error de pensamiento identificarse con ese mismo objetivo y proyectarlo al final de un proceso o de una serie de acciones orientadas a su consecución.

Esto implica la asunción consciente o subconsciente de que eso que se ha prefigurado como objetivo es lo que cabría esperarse o es deseable esperar al final de ese proceso.
Y acto seguido, esto implica la asunción consciente o subconsciente de que todo resultado que no fuera igual o superior a ese objetivo, habrá de entenderse como fracaso.

Lo cual conlleva implícita la posibilidad de verse afectados por el miedo al fracaso a la hora de actuar, o por la frustración en el supuesto de que actuando, no consiguiéramos el resultado esperado.

Sin embargo, si hay una cosa cierta, es que los resultados siempre están garantizados.

Ahora bien, que sean los esperados/ deseados, esto jamás puede darse a priori con ciencia cierta.

Pero los resultados son siempre resultados, y como tales merecedores de ser agradecidos y analizados, fuesen los que fuesen.

Todo es aprovechable y útil si solo nos planteamos la posibilidad y la disposición previa de que así sea: Cristobal Colon se sintió fracasado por no haber encontrado las Indias al final de su expedición por el Atlántico. Sin embargo, eso que él llamaba fracaso, en términos de mero resultado aséptico y neutro, no cabe duda de que resultó ser una oportunidad de gran provecho para el Reino de España.

Si razonamos en términos de éxito o fracaso en función de un objetivo prefigurado, resulta muy difícil abrirse a la posibilidad de encontrar algo útil a lo que supuestamente se clasifique como “fracaso”, ya que entenderemos que lo que no sea igual o mejor que el objetivo prefigurado, solo será etiquetado como “fracaso”.

Para paliar esta falacia de pensamiento es muy importante entender que un objetivo no es más que un instrumento para diseñar una estrategia, un camino, una sucesión de acciones orientadas a un fin, y que ese fin no tiene porque identificarse con ese objetivo, sino con un conjunto de valores que vaya más allá de ese objetivo. De tal manera, consiguiendo o no un objetivo, siempre habremos actuado dentro del marco de la coherencia con nosotros mismos y con esos valores que son nuestro fin.

Para aprovechar los resultados que se obtengan, independientemente de haber logrado o no el objetivo prefigurado, es bueno seguir las siguientes indicaciones:

1. Tener una Visión de algo más allá de un mero objetivo, basada en valores clave.
2. Definir un objetivo encuadrado en esa visión.
3. Definir una serie de acciones orientadas a ese objetivo.
4. Analizar los resultados obtenidos: a partir de aquí encontrarnos con 3 supuestos:

  • A. Plantear un nuevo objetivo si esos resultados son acordes con el objetivo definido.
  • B. Analizar los motivos por los que no se han dado esos resultados: si esos resultados no son acordes con el objetivo definido, las personas suelen cometer otro error de pensamiento, tratando de averiguar las causas de esos resultados. Desde luego esto puede ser útil en algún caso, pero implica el riesgo de apartar la atención del objetivo definido, y moverla hacia las acciones realizadas, buscando el fallo entre ellas. Esto lleva a un callejón sin salida en lo que el error siempre se buscará (y por efecto Pigmalión se encontrará) en las acciones realizada, eliminando automáticamente el beneficio de la duda acerca de la posibilidad de que lo error esté precisamente en haber definido un objetivo equivocado o, porque no, en el hecho de que no hubo error alguno y que todo sucedió como mera consecuencia de acciones y resultados (que es lo más correcto esperarse).
  • C. Analizar qué se puede sacar de útil de esos resultados: es la perspectiva más pragmática, aquella que permitió a muchas personas redirigir sus vidas, su profesión, y su negocio hacia el crecimiento, partiendo de un objetivo original que poco se asemejaba a los resultados que finalmente se obtuvieron, pero que siempre estuvo encuadrado en su visión inicial.

Por tanto, al fin al cabo, pero sobretodo al principio, los objetivos no son el fin, sino el medio con el que tratamos de conseguir ese fin, y cuya consecución no tiene porque ser condición sin la cual ese fin deba entenderse como atendido o no atendido.

Esto nos ubica en el territorio del aprendizaje continuo y de una higiene mental y emocional que nos permitirá evitar caer en las expectativas que luego se frustran, o en el miedo que nos impide avanzar.

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